Anda el orbe político español a la gresca con los nombres de las calles haciendo válida la lapidaria frase de que la estupidez es conocer la verdad pero seguir creyendo en la mentira, porque la historia, que no entiende de calificativos sino de hechos, sólo se escribe una vez, pues la ignorancia puede ser curada pero la estupidez esa es eterna.

Valga como ejemplo la retirada de un escudo de los Reyes Católicos hace algún tiempo en la ciudad de Cáceres por considerarlo franquista o, sencillamente, porque todo heraldo con aguilucho ha de ser retirado de la vista por producir urticaria. Afortunadamente se rectificó a tiempo sembrando, como en Filipinas, las semillas de la esperanza, un taller para niños de Manila que les acercó el conocimiento, el cultivo del huerto para mantenerse y la asistencia médica para curarse de enfermedades como la ignominia.

Pero como el hombre es el único animal que tropieza cada vez que avanza con un pie y con el contrario, ha vuelto el mundillo de la retórica a revolver santos, brujas, herejes, chamanes, amigos y enemigos de los unos o de los otros sin piedad. Hay un proverbio africano que dice que se necesita una aldea para criar a un niño; en esta España nuestra sólo hace falta un país para criar a un ignorante. A qué complicarse la vida o enconar conciencias.

¿Imaginas, querido lector, dentro de unas cuantas décadas, las cicatrices morales y suspicacias que podría crear una calle bautizada con el nombre de Pedro Sánchez? Algunos abogarían su retirada inmediata por ser, como el príncipe de Maquiavelo, un personaje retorcido y siniestro, mientras que otros lo alzarían al trono del Capitán Trueno, que por cierto ya tiene una calle en Rivas-Vaciamadrid.

De la política española, o tengo un tío que dice que “miente más que Abundio”, o en palabras de Pablo Iglesias, el perro de Scooby Do. Mención aparte es el caso de este señor, pues produce cierto mosqueo hacer Stop en la avenida del doctor Don Casto en Valverde del Fresno y encontrarte de frente con la calle Pablo Iglesias. Si en todo documento oficial se exigen los dos apellidos, en las calles debería seguirse el mismo criterio, pues la calle está dedicada a Pablo Iglesias Posse, que además de ser el fundador del PSOE escribió un artículo magnífico titulado «La Guerra» en el que reivindicaba la paz que tanto necesitamos en estos momentos y que nuestros políticos parecen haber olvidado, revalorizando a Einstein, que creía que había dos cosas infinitas en el mundo: la estupidez y el universo. Y de lo segundo no estaba tan seguro; por cierto, y sobre los dos apellidos, en Plasencia sí existe una calle con el nombre de Pedro Sánchez, pero con buen criterio, dedicada a Pedro Sánchez Grimaldo, al parecer “señor” del castillo de Grimaldo en el siglo XIII. A saber si la merece o no, habría que preguntarle a los vecinos de aquel siglo.

Con lo sencillo que es poner nombre a una calle en este país sin tantos dimes y diretes; somos el país de la picaresca y del esperpento. Calle de Mortadelo y Filemón en Rivas (Madrid); calle Me Falta un Tornillo en el Ikea de Valladolid (esto es publicidad encubierta); calle Salsipuedes en una calle sin salida en Navarra; calle Cortarrabos en Zamora; calle Rómpete el alma en Ferrol; calle Gibraltar Español en varias ciudades como Almería; calle del Cristo de la Repolla en Guadalajara; calle de las Impertinencias en Valencia; calle (a mí esta es de las que más me gusta) de la Carrera del Pito del Alcalde en Fresnedilla de los Olivos, o la más singular de todas, la calle Del Negro del Watsap, que es una castiza calle de Madrid, por el momento capital del reino y que al parecer hace alusión a un chico de color de nombre desconocido, país igualmente incierto y atributos retocados o propios y de buen porte y talla, según con quien mantengas la conversación y que denota un racismo insoportable.

Cada día que pasa, esto se parece más a Filipichina, que por cierto nada tiene que ver con Felipe González ni con un jarrón chino, sino que es ese lugar imaginario y remoto en la jerga y el habla popular de Coria y donde hay calles como: Quítate Pallá (desacuerdo), Chafandín (quien no cumple lo que promete), Del Cuenterreteo (chisme), Del Descaliento (sufrimiento), del Gulusmear (husmear en lo ajeno), del Lígrima (Tunante), Milisquinientas (llegar tarde, por ejemplo a una pandemia), Pelagatos (don nadie) Tontolera (bobera sin llegar a ser necedad), Zarramplín (chapucero), Zumbaera (las casa de los desquicios), Zurriburri (barullo) o hasta una avenida que es donde vivimos: la Avenida del Sinvivil.

Hay un relato magnífico del gran escritor Juan Rulfo (Jalisco,1917 – Ciudad de México, 1986) que relata, valga la redundancia, la historia de Anacleto Morones. Al parecer a Anacleto las mujeres del pueblo de Amula lo quieren beatificar por sus “buenas obras”, pero la iglesia les exige la total aprobación de un familiar directo o cercano; el único que queda con vida es su yerno, ya que su hija ha fallecido. Se juntan en comitiva y al amparo de ¡Ave María Purísima¡ se acercan a la hacienda de Lucas Lucatero, yerno de Anacleto. Tras una noche de deliberaciones en las que Lucas asegura que su suegro no sólo era un canalla sino el mismísimo demonio, mientras ellas lo alaban y veneran como un santo. A la sazón, Lucas descubre que Anacleto mantuvo relaciones carnales con todas y cada una de ellas y que sí, que era un santo varón.

Si es que esto es un “sinvivil”. La ciencia debería dejar de analizar la inteligencia animal y comenzar a estudiar la estupidez humana porque ya sabemos que con algunas personas se pierde el tiempo, con otras la noción del tiempo y con otras recuperamos el tiempo perdido. Ignoro la autoría de estas dos frases. Y hablando del modismo coriano, nada como cuando uno se cae y lo levantan entre dos o “en gori en gori”, que buena falta nos hace un poco de humor y ayuda con la que está cayendo.