Entre 1976 y 1988, una cadena radiofónica de cuyo nombre no quiero acordarme puso en antena un serial de ficción que, en tono de humor, narraba la vida cotidiana de los Porretas, una familia de clase media española cuyo patriarca era un auténtico ligón y vividor que, pese a sus 80 años, estrujaba con relativa facilidad los placeres de la vida.

Ahora que España vive libre de problemas, el vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales del Gobierno, Pablo Iglesias, quiere resucitar La Saga de los Porretas como ya hizo con Franco y con los etarras Lasa y Zabala. Pablo el de Pedro debe entender como derecho social la necesidad imperiosa de desenterrar hechos luctuosos y ha aprovechado uno de los mejores momentos de la historia de España para hacerlo; de ahí su afán por trasladar desde el Valle de los Caídos al cementerio de Mingorrubio un cadáver embalsamado en 1975, o su deseo irrefrenable de acusar a Felipe González de enterrar en cal viva a dos miembros de la banda terrorista ETA.

Para que no todo huela a funesto, Pablo el de Pedro ha decidido dar un toque de humor a su vida y la del resto de españoles y anda empeñado en convencer al PSOE sobre la necesidad de legalizar la marihuana porque tendría “ingentes beneficios” para la población. El amor en tiempos del Covid es mejor cuando se hace después de fumar un «peta», y así rompemos el tópico tan español de fumar el pitillo después de eyacular. Porque Pablo el de Pedro está empeñado, con acierto, en dar un giro a nuestras infelices vidas, y su particular estudio de mercado corrobora que legalizar el cannabis generaría empleo y engordaría las arcas de la Hacienda pública.

España no puede perder esta oportunidad única de convertirse en el primer país de Europa en legalizar la popular maría. Debe pensar nuestro vicepresidente que si nuestra nación lidera el ránking en número de contagios, del mismo modo puede situarse a la cabeza de la innovación al aplicar tan ingeniosa medida, que no puede más que aportar beneficios a un país tan triste como el nuestro. No estamos en condiciones de perder este tren que nos dibujará un mundo de color y felicidad, porque los empleados públicos saldrán a tomar el café y, tras disfrutar del placer de un canuto se mostrarán más diligentes, más amables y serviciales. ¿Y los obreros de las fábricas? Los operarios de las industrias que no tenemos incrementarán su productividad y eficacia, porque no hay mejor postre para un buen bocadillo que un porro legal.

El Proyecto de Ley con el que sueña nuestro vicepresidente dibuja una Extremadura verde como el tapiz de un campo de golf, pero con olor a perfume embriagador; miles de hectáreas llenarán los bolsillos de nuestros pobres agricultores que, acostumbrados a los frágiles precios en origen, tirarán la casa por la ventana y esbozarán una feliz sonrisa tras realizar el test de calidad de sus propias producciones.

Nuestro peculiar jardín no oleará a jazmín ni a flor de azahar, sino a marihuana, y España se consolidará como un destino turístico peculiar siguiendo el ejemplo de Canadá u Holanda, donde se encuentra despenalizado el consumo de la nueva hierba buena. Todos seremos mucho más ricos pero, sobre todo, mucho más felices. Y al despertar cada lunes daremos gracias a Dios y a Pablo, y saldremos de casa con una sonrisa de felicidad que para sí la quisieran los suizos.