Barataria es uno de los lugares imaginarios que Don Miguel de Cervantes otorga como premio a su escudero Sancho, nombrándolo gobernador. La realidad que estamos viviendo nos hace reflexionar sobre la pureza y sencillez de espíritu del buen escudero cuyo principal objetivo era comer todos los días, dormir caliente y cuidar del cuerpo de su maltrecho amo.

Después de muchos años en la política, quizás POLÍTICA, no debería sorprenderme ver como alguien, por comer caliente todos los días, es capad de renunciar a los principios básicos de cualquier  hombre de bien, de una formación política con más de 140 años de historia, donde se unieron tipógrafos, asalariados e intelectuales.

Que un secretario general de ese partido en el máximo órgano de representación del pueblo salga pidiendo poco menos que perdón y lamentando la muerte de un etarra, no de un presunto, sino de un confeso y condenado, revuelve los intestinos de Pablo Iglesias en su tumba. Entre los 855 -o más- asesinados por los terroristas de ETA había compañeros del partido a los que él no podrá ya representar nunca, niños inocentes, miembros de los cuerpos y fuerzas del estado, de esos mismos que hoy lo protegen a él. Y ciudadanos cuyo delito fue estar en una plaza o en un supermercado.

Uno, que ya está curado de espanto, podría pensar que esa burrada la dijera el chico del moño y el pendiente: la casta puede permitirse esos exabruptos. Pero un presidente de Gobierno, del Gobierno de todos los españoles, no, una y mil veces no. Usted, señor Sánchez, se representa a usted mismo y poco más a pesar de que sus “compañeros”, Ibarra, González, etc. no le hayan dicho públicamente que no se puede mantener cinco votos a cualquier precio, que se ha saltado las líneas rojas y por supuesto la valla de Melilla.

A los otros, los de Galapagar y los Echenique, infames explotadores de trabajadores sin papeles, les quiero dedicar un cuento que una vez me enseñó una mujer socialista de pelo largo y ondulado, de mirar profundo como sus convicciones. Este es un país asintomático, no te has dado la vuelta y ya olvidado.

Había una vez un país que estaba dividido en dos grandes cercados, donde vivían  grandes piaras de cerdos, y en su  dehesa, la seca, la saca y el esquilmado de los recursos naturales, había provocado que  uno de los cercados fuera un desierto en medio de la nada, de forma que los cerdos de ese apartado estuvieran permanentemente gruñendo, quejándose y maldiciendo al dueño y su suerte.

En la otra parte, las encinas llenas de bellotas dejaban caer sus frutos maduros, la hierba crecía alrededor de la charca de agua, donde retozando en el barro se desparasitaban y buscaban pequeños gusanos y tubérculos. Estos cerdos hacían su vida fácil, sin quejas y con cierta glotonería.

Un día el dueño harto de oír gruñir los cerdos de la primera piara, pregunto al mayoral: ¿Qué podemos hacer para que acaben las protestas de los cerdos? La respuesta fue inmediata: Permita a los cerdos que pasan hambre que pasen al cercado donde hay abundancia de comida.

Así lo hizo el dueño y no había terminado el día cuando todos se habían convertido en casta. Rápidamente dejaron de gruñir, se olvidaron de los 15-M. de las maldades del sistema, y toda su tristeza se convirtió en deseo porque querían ser marqueses y gobernadores de la Ínsula de Barataria.

Qué curioso no me había dado la vuelta y ya me había olvidado, que este país tiene nombre y el dueño de la dehesa también. Este país se ha convertido en asintomático y su enfermedad no la provoca un virus, sino los políticos que son capaces de confundir el asesino con el asesinado, y al ejecutor con el inocente. Y los perros ladran de noche, porque creen que van a apagar la luna llena.