Hay quienes defienden la teoría de que las situaciones complicadas sirven para poner a prueba los cimientos de una estructura empresarial. La crisis de la primera década del 2000, que algunos encasillan en el año 2008, tambaleó las estructuras de una débil economía que reposaba en espejismos. Y tan sólo unos momentos antes de que entrase en nuestras vidas esta pandemia que nos sobrecoge, muchos hacían planes de futuro esperando el final de tan caótica situación sin percatarse de que la crisis había finalizado hacía tiempo y que esto era ya la pura realidad.

Ahora afrontamos una nueva crisis que tiene tantos apéndices como un cefalópodo, aunque hay tres situaciones especialmente complicadas que afectan a todos cuantos nos ha tocado vivir este presente que nunca esperábamos.

El desencadenante de la situación ha sido una crisis sanitaria para la que ni el mundo ni quienes lo dirigen estaban preparados. Los medios afines nos venden la imagen de que España es el noveno país con mayor número de contagios del mundo, pero ocultan que nos preceden naciones abrumadoramente pobladas como Estados Unidos -330 millones de habitantes-, Brasil -211 millones-, Rusia -144 millones- o el país con más habitantes del planeta, India, que tiene 1.352 millones de ciudadanos. Otra cosa bien distinta sucede si nos centramos en Europa, en la evolución de la pandemia y en el índice acumulado que refleja el número de afectados por cada 100.000 habitantes, que esto es como en las elecciones, que cada cual analiza los datos a su manera para vender los mejores resultados a su electorado.

A la crisis sanitaria le ha golpeado la económica, con un país ya de por sí vapuleado que se ha visto arrastrado al abismo financiero y obligado a deshacer buena parte de su tejido productivo para dejarlo en manos de ayudas institucionales que, como quedará demostrado, serán pan para hoy y hambre para mañana. Las empresas de la España cañí lloran como plañideras en busca de una solución que, por desgracia, no llegará para todas y las empujará a un vacío que incrementará la tasa de desempleo hasta niveles insospechados.

Y la tercera situación crítica que atravesamos es la crisis emocional, ineludiblemente ligada a la sanitaria y la económica. Durante los primeros días del mal llamado confinamiento nuestro mundo giró en torno a mensajes irónicos y humorísticos que, a medida que transcurrían los días, tornaron en duras críticas y cruces de acusaciones marcadas por idearios políticos. Y mientras todo esto sucedía, nuestras mentes se envolvían con sumo cuidado en papel de celofán para evitar un deterioro inevitable que ha dañado nuestro presente, pero también nuestro futuro.

Ya nada será igual. Por mucho que nos empeñemos no volveremos a ser los mismos. Hemos perdido la confianza en quienes nos gobiernan y, lo que es peor, en nosotros mismos. Cada mañana al levantarnos daremos las gracias por estar de nuevo aquí, por tener una casa, una familia y, con un poco de suerte, un empleo. Pero nunca olvidaremos el peor año de nuestras vidas, ese en el que todo sucedió justo al revés de como esperábamos.