Esta semana sería, en condiciones normales, la semana más taurina del calendario nacional, pues no en vano se celebrarían fiestas a lo largo y ancho de nuestra piel de toro. Nadie sabe con certeza cual fue el origen de la tauromaquia; que si nació en el Mediterráneo, que si en el norte peninsular entre el País Vasco, Navarra y Aragón o si, realmente, fueron los árabes quienes la dieron a conocer en Al Ándalus.

Cierto es que los paladines andalusíes tenían un problema a la hora de enfrentarse a los caballeros cristianos que no sólo llevaban coraza, sino gigantescos garañanes. Para contrarrestar esa desigualdad, los andalusíes que tenían nervioso caballo de diminuto tamaño, lanceaban vacas y toros, de ahí que exista la raza “morucha”, más grande en volumen que su caballo para que éste se acostumbrara a cargar contra un gigante tal como hiciera nuestro universal hidalgo contra los molinos. Hay una novela magnífica, «El Puente de Alcántara», del escritor alemán Frank Baer, que hace un recorrido por la España medieval y retrata a la perfección la técnica árabe a orillas del Río Alagón en la ciudad de Coria.

Lo cierto es que muchas son las manifestaciones taurinas a lo largo y ancho de España, desde la corrida de toros, que es un espectáculo único y fantástico, quizás la última representación romántica por cuanto el hombre permite al toro que le quite la vida, algo insólito en el pensamiento actual, a las populares “capeas”, así conocidas por cuanto es habitual que para librarse del morlaco se utilice la capa, prenda muy popular en la vestimenta española y de donde deriva el actual capote de brega; o cómo no, los encierros en los que los de Moraleja protagonizan buena parte del calendario estival taurino.

En la fiesta de los toros la vida y la muerte son reales y caprichosas, la una y la otra. En Coria, por ejemplo, como en muchos pueblos de España, era muy común que cuando un joven quería “hablar” con una chica, ésta le tejiera una divisa para que el valiente mozo se la clavara al toro; qué peligro tienen las corianas, pues la fiesta de los toros siempre estuvo muy ligada a las nupcias, como así lo demuestra una de las cantigas de Alfonso X el Sabio con el Toro de Plasencia.

Siempre fue arropada la fiesta de los toros por los intelectuales de la época que vieron en ella la paradoja poética de la vida, los colores del arte, la música de la ancestral danza de la vida y la muerte, la dicha y la desdicha. Lorca es, quizás, el mejor exponente de la intelectualidad.

Aunque resulta paradójico que siendo la tauromaquia nuestro mayor patrimonio a la historia de este país, los políticos y los intelectuales de al actualidad se hayan desligado de ella, a excepción de los casos de Aute o Sabina; y así nos encontramos con que hoy ser intelectual es sinónimo de antitaurino por cuanto se considera el caballo de Troya de la España profunda y oscura. Así sufrimos los taurinos los indiscriminados ataques de las fuerzas consideradas de izquierdas, que si bien tienen a Lorca por bandera, sienten un profundo desprecio por todo lo taurino.

Expulsada la fiesta de las televisiones nacionales españolas, sólo un canal francés se ha atrevido a lo largo de casi treinta años de retransmitir toros de una manera continuada. Como anecdótico es también que sea Francia quien lidere esa rebelión intelectual hacia la tauromaquia y que para un intelectual o político de izquierdas galo, presenciar una corrida sobre una piedra de más de dos mil años en un anfiteatro romano reconvertido en coso taurino, sea algo insuperable. No cabe la menor duda que el día que los franceses se aburran de los toros, la tauromaquia en Europa será proscrita, pues sólo ellos sirven de parapeto.

Francis Wolf, un reputado filósofo francés, es un habitual de las plazas de toros y protagoniza un estupendo documental sobre la fiesta nacional; «Un filósofo en la Arena» es su título, una producción mejicana. México es otro país que bebe de las fuentes de la tauromaquia con notable éxito en Hispanoamérica y que actualmente se está emitiendo en Estados Unidos, donde la afición al toro está creciendo exponencialmente. Curiosamente Wolf ha intentado colocar la película en España y ha recibido un rotundo «no» por respuesta por parte de todas las productoras porque nadie “quiere meterse en ese terrible lío”.

Particularmente pienso que a los toros no les quedaban muchas décadas de vida pues, renegada de todo vínculo mediático, las nuevas generaciones no se sienten identificadas con lo que no conocen, no hay mayor desprecio que no hacer aprecio, a excepción, claro, de aquellos lugares taurinos por excelencia como la ya mencionada Moraleja, Coria -universalmente conocida por “sus toros”- o el Levante español, donde se dan toros y capeas en las calles desde enero hasta diciembre.

Con la llegada de esta terrible pandemia y esa hornada de políticos de paraninfo cuyo único conocimiento de la realidad española es una película de Almodóvar -otro intelectual taurino y su película «Matador» sublime-, ese proceso de descomposición taurina se ha acelerado hasta extremos inadmisibles, tanto desde el propio gobierno como desde los radicalismos más absolutos; curioso también que en País Vasco se venere a la fiesta de los toros como una identidad propia vasca.

¿Será la fiesta de los toros uno de los daños colaterales de la actual situación política y pandémica? Miedo da la respuesta si no hacemos algo por remediarlo, pues el desprecio a nivel estatal hacia el mundo taurino es incomprensible ahora que no se escuchan pasodobles ni charangas por las calles de los pueblos y ciudades de este país. ¿Soportará el mundo del toro el peso del tiempo que nos ha tocado vivir?