Atravesamos las dunas de este desierto que nos ha traído el verano «veinte veinte» sumergidos en un mar de dudas, el mismo en el que se vio envuelto Antonio Mercero cuando a finales de la década de 1970 se propuso escribir y dirigir una serie para TVE que se situó entre la comedia y el drama. Si ya es complicado estructurar 19 capítulos televisivos rodeado de niños, adolescentes y adultos durante un año y medio de rodaje y casi tres años de trabajo, aún debe resultar más complejo hacer ficción con la intención de dirigir los sentimientos del público entra la risa y el llanto.

Con la risa liberamos emociones y endorfinas, expandimos los pulmones y obsequiamos a nuestro cuerpo y nuestra mente con placenteras sensaciones que nos conducen a la felicidad momentánea. La tristeza, si no va acompañada del llanto, por el contrario, bloquea las emociones, genera ansiedad e incrementa nuestra rabia empujándonos al abismo. Visto así, mejor llorar que aguantar.

Estoy convencido de que éste no será el verano azul con el que soñamos la inmensa mayoría de nosotros. Con piscinas cerradas, pueblos semidesérticos, ciudades bloqueadas, negocios en crisis y mascarillas en el rostro, es como si viviéramos una farsa carnavalesca. La pandemia que nos azota se ha desplomado con crueldad sobre nosotros y nos ha puesto encima de la mesa las frías estadísticas que el estío nos había hecho olvidar.

Frente a la advertencia de quienes buscan similitud entre los datos de contagiados del mes de marzo con los de julio, hay expertos que han levantado la voz para transmitir calma y generar confianza. En contra de lo que sucedía hace cuatro meses, ahora se están realizando pruebas PCR a todos los contactos de un caso positivo; se hacen rastreos en busca de asintomáticos y se trabaja para prevenir y atajar casos como no se hizo entonces.

Resulta preocupante que entre un 60 y un 70% de los infectados detectados por PCR sean asintomáticos, pero es tranquilizador saber que si en marzo el crecimiento era exponencial, en julio los casos diarios están estabilizados, eso siempre según los datos del Ministerio de Sanidad. El problema de todo esto es la desconfianza generalizada que se ha instalado entre la población, que durante meses ha asistido incrédula a una clase magistral en la que cada jornada se exponía una lección con mentiras más grandes que las del día anterior. Y eso sí que es afán de superación.