Hacia una ecología de la atención

La pandemia global nos ha mostrado que para sobrevivir no hace falta depender de los mercados bursátiles tanto en términos de salud como sociales y económicos. Pero desearía comenzar reflexionando acerca de la “economía de los trabajos perdidos” no precisamente de la bursátil (masivamente representada con relación al PIB) sino del 99,8% de la actividad económica sostenida en España por autónomos, pequeñas, medianas y microempresas. Y precisamente porque estas últimas son las que, junto con los autónomos, definen el tejido empresarial y social de Extremadura, al cual quiero referirme a fin de encarar la nueva etapa postcovit que debe sostener a las actuales empresas y también aprovechar un nuevo protagonismo emprendedor, aún por descubrir.

La prioridad debe centrarse en reflotar a las pymes y microempresas a través de incentivos fiscales para que recuperen liquidez y sustenten el empleo más allá de los ERTES aprobados por el gobierno de coalición. Al riesgo de la despoblación se ha sumado el de la pobreza y la desigualdad que debemos superar con todas nuestras fuerzas. Por tanto, la región debe aprovechar la situación de “reconstrucción económica” teniendo como uno de los objetivos prioritarios el de impulsar nuevas empresas con competencias digitales y formación tecnológica, creando además un ambiente de colaboración y ayuda en la búsqueda de sinergias propias y ajenas.

¿Y a dónde acudir? Al rescate de todos los profesionales altamente formados (fuera y dentro de la región), y jóvenes de la formación profesional antes de que nos quedemos sin nadie para poderlo hacer. Y, por supuesto, evitando la improvisación, uno de los mayores errores en la creación de nuevas actividades innovadoras donde el riesgo se tiene que acoplar a las nuevas circunstancias. Y, por supuesto, estableciendo la investigación científica en eje estable y duradero.

¿Qué empleo nuevo podemos generar? Habilidades digitales, no de explotación de datos, que complementen, alcancen y colaboren en todo lo relacionado con el cuidado de nuestros mayores de  manera menos segregada; todo lo relacionado  con el comercio online; todo lo relacionado con el acompañamiento técnico a cuantas actividades supongan la reducción de energía, como la mejora del suelo agrícola de manera orgánica, la disminución de residuos y el compostaje;  todo lo relacionado con una construcción, tanto nueva como existente, que promueva el ahorro energético y la producción de energía para consumo local y comunitario;  todo lo relacionado con la acogida a todas las personas que precisen de un medio agroecológico ( tanto investigadores como viajeros)  donde no es necesario un aeropuerto más sino una red de ferrocarril convencional que lo haga posible.

Por tanto, la economía regional no solo debe preocuparse de la cuenta de resultados (el exceso de datos impide pensar) y de un alto grado de inversión especulativa para extraer materias primas (proveniente de paraísos fiscales y fondos buitre) sino de integrar las incitativas empresariales en lo social,  no solamente certificadas en sostenibilidad como en el modo que se cuente con la población a la que atienden.

Para afrontar nuevos tiempos, incitar a las actividades cooperativas, empresas sin ánimo de lucro, y empresas incipientes, centradas en todo un entamado digital para aplicar a la demanda. Iniciativas que acompañen y faciliten de manera no precaria, una renovación y trabajo simbiótico, una suerte de alianza estratégica con todo el entramado físico regional. Desde la granja a las pequeñas tiendas, restaurantes, comedores sociales y hogares, pasando por los mercadillos y la recuperación de negocios de reparación, regeneración y reciclaje, junto con obradores y grupos de consumo, autoconsumo y movilidad compartida. Es la gente del lugar la que crea el futuro, fortaleciéndose mutuamente en redes cercanas, y con fuerzas globales que creen en este mundo, que creen en un planeta finito.