Por Isidoro CAMPOS

Una vez que hemos asimilado la llegada del Apocalipsis y el fin del mundo, hemos sido lo suficientemente precavidos como para tenerlo todo en orden por eso del qué dirán, porque España continúa siendo un país de los de guardar las apariencias y es imprescindible la higiene ante cualquier eventualidad. Es como cuando invitas a unos amigos a casa y transformas a toda tu familia en un batallón de limpieza para ofrecer la mejor imagen. O como cuando te citan a una consulta médica y te apresuras a cortarte las uñas de los pies, ya convertidas en el filo de una navaja de Albacete.

Nuestro país fabrica al año 714.000 toneladas de papel higiénico, pero no deben haberle parecido suficientes a quienes se han apresurado a saquear las estanterías de los supermercados en tiempos de crisis. Puestos a morir es mejor hacerlo con el trasero limpio, que luego todo se sabe.

A la crisis sanitaria que nos ha tocado vivir hay que unir la económica y, de rebote, la emocional. España, país de tradiciones donde los haya, ha perdido su Semana Santa, vilmente desplazada por desfiles procesionales en el interior de los supermercados en los que la imagen de Jesús de la Oración en el Huerto o la Virgen de la Aurora ha sido sustituida por pallets con una montaña de papel higiénico escoltada por clientes en penitencia.

Poco puede esperarse de un país como el nuestro en el que aún es imprescindible recordar la necesidad de lavarse las manos con frecuencia. Mal camina hacia el futuro la República de Pedro si vive en la contradicción permanente, porque de nada sirve tener el trasero limpio si después no se lava las manos. El irrefrenable deseo de quienes nos rodean de asaltar las estanterías de los productos sanitarios hasta el punto de lograr el desabastecimiento sólo nos permite llegar a la conclusión de que antes no respetábamos las más elementales normas de higiene.

Aquellos agoreros que anunciaron el inicio de la era digital y el fin del papel se equivocaron. Y el Gobierno, consciente de ello, ha sido lo suficientemente precavido a la hora de redactar el real decreto sobre el Estado de Alarma prestando salvoconducto a quienes se acerquen al kiosko a comprar la prensa. Por si se acaba el papel en los supermercados.